Katerina Sergidou
Panteion University of Social and Political Sciences/Universidad del País Vasco, (UPV-EHU)
Cita recomendada: Sergidou, K. (2022). ‘Dime, ¿Cómo huele el sur? Paisajes etnográficos de D-olor con el pincel de Cézanne’, entanglements, 5(1/2):150-158
“Son de chirigota, sabor de melaza,
Guantánamo y Rota…
¡Que lo canta ya un coro en la plaza!”
Habaneras de Cádiz[1]
Resumen
En este artículo, presento paisajes olfativos autoetnográficos y experimentales basados en mi investigación doctoral en curso; esta investigación estudia la participación de las mujeres en el Carnaval de Cádiz y explora escenas de crítica feminista encarnada realizadas durante las fiestas de carnaval. Inspirada en la idea del pincel de Cézanne, mencionada por Merleau Ponty, primero exploro cómo se escribe el olor, o sea, a qué huele mi etnografía. En segundo lugar, intento trazar itinerarios y destinos sensoriales, recorriendo los espacios allí donde la categoría analítica, antropológica y corporal del olor me lleva. Hago un retrato poético y dialógico a través del acto de oler mientras intento traducir el olor a los seres queridos y mientras descubro cómo huele el sur del sur. El olor de Cádiz me lleva finalmente a mi tierra natal, Chipre, mientras huelo el campo con y para los demás.
Palabras clave: paisajes olfativos, carnaval, Cádiz, Andalucía, fenomenología, autoetnografía, feminismo andaluz.
Llegué al aeropuerto de Jerez en el invierno de 2019 cargada de maletas y expectativas, ilusionada y aterrada por comenzar “la gran investigación etnográfica” en el marco de mi investigación doctoral[2] sobre la participación femenina en el carnaval de Cádiz.
Mis maletas pesaban demasiado. Llenas de libros, ropa de todas las temporadas, cuadernos de flores de colores esperando a ser llenados, lápices, una cámara de fotos, una grabadora de voz, muchos zapatos, pantalones anchos, todos los elementos que necesitaba para conectarme con la imagen de la antropóloga que habitaba en mi imaginario. En mis maletas no sólo llevaba objetos, sino también todas esas percepciones, habilidades, miedos, recuerdos (Σεργίδου, 2022). Eran los verdaderos dispositivos para recoger, registrar, conectar, medir la distancia y la proximidad, las herramientas para traducir e interpretar la cultura de los Otros. Quizás la herramienta era yo misma siguiendo la nota de Harstrup (1993, en Gefou-Madianou, 2011) cuando escribe que la herramienta científica más importante es la propia investigadora. Su participación activa engancha su espíritu, su bagaje cultural, su pensamiento, su cuerpo y sus sentidos. Insisto en la palabra peso para enfatizar las emociones con las que entré en el campo. Un peso que experimenté en mi piel dolorosamente y que me hizo ver a lo largo de mi viaje que mis maletas pesaban demasiado. Lo último lo digo literalmente. No pude levantarlos y el viaje fue una tortura. Fue a través de este proceso que tomé conciencia de mi cuerpo y de sus límites. Me di cuenta de que como etnógrafa necesariamente habitaría mi nueva ciudad y mi etnografía (Gregorio, 2019) con mi cuerpo, con mis sentidos, a pesar de las limitaciones impuestas por mi gusto por la comida o el alcohol que activaba mis migrañas y mi miedo a la oscuridad.
Esta conciencia de la corporalidad de la investigación me empujaba constantemente más allá del texto, al deseo de dejarme llevar por la etnografía antes de escribir. Más tarde llegaría otra pregunta. ¿De qué manera y a través de qué medios se puede captar la experiencia vivida en una etnografía? ¿Es suficiente el texto para describir mi participación en los rituales del carnaval? Una primera respuesta reconfortante vino de Papagaroufali (2002, p. 13) que trata “el lenguaje como experiencia práctica, distanciándose de los esquemas que identifican diferencias ontológicas entre el lenguaje y la experiencia”.
Una posible vía, por tanto, sería identificar encarnados puntos de entrada en mi etnografía. Pensar a través del cuerpo (Jackson, 1983). En definitiva, “pensar el cuerpo como sujeto, como sitio de resistencia y sitio de reflexión” (Esteban, 2013). Estas reflexiones me llevaron inevitablemente al filósofo Merlau Ponty (2002[1962]) y a su concepción del cuerpo como un todo y a la idea de que “el cuerpo no es un conjunto de órganos desconectados, sino un sistema de sinergias donde todas sus funciones se ejercen y se conectan entre sí en un acto general de cómo estar en el mundo”. El filósofo nos recuerda que “Cézanne decía que había que saber pintar el olor de los árboles” (2004[1948]). Esta última frase de Cézanne es para mí un enigma abierto y un deseo. Hablar de algo que no se habla en un medio no diseñado para ello. Es decir, oler con un pincel de pintura como sugiere Cézanne a través de Merlau Ponty.
El olor del calor
Mi primer recuerdo del aeropuerto de Jerez es el olor del calor abrazando mi cara. Tengo exactamente la misma sensación cuando vuelvo a mi país natal, Chipre, cada vez que bajo del avión. Huelo el sur, mientras una ola cálida me saluda. Después de haber vivido durante años en Grecia, que también forma parte del sur de Europa, y al decidir comenzar el trabajo de campo en Cádiz y trasladarme allí, pensé que simplemente seguiría en el sur. Pero al oler el aire familiar en ese primer día en Jerez, fui consciente de que me dirigía al sur del sur y que, de forma paradójica, volvía a casa, a Cádiz, que me recordaba a mi ciudad natal Limassol. Desde entonces guardo el olor como guía de mi nuevo sur y al mismo tiempo, como medida de comparación y recuerdo del lugar que ya no habito.
Uno de los recuerdos que emergieron durante mi estancia tenía que ver con un juego al que jugaba con una persona muy querida—Afrodita—que desde pequeña había perdido el sentido del olfato. Como ella no podía oler, a menudo le describía los olores ausentes, traduciendolos a otros sentidos y situaciones. ¿Cómo describiría a Afrodita ese primer olor del sur? ¿Y todos los que siguieron? Nuestros diálogos lúdicos siempre comenzaban con su pregunta: “¿Dime a qué huele esta cosa?”
Ella: ¿Dime a qué huele el sur el primer día?
Querida, nada más bajar del avión huele a cemento quemado, huele a piel quemada por el sol, huele a aire de secador de pelo y huele a voces sureñas a las que les falta la ese, huele a sal de fondo y a pelo negro. Huele a aceite de oliva olvidado en una botella en el patio trasero. Huele a carretera y a hogar. Huele como las maletas que no puedo levantar.

Ella: ¿Dime a qué huele el sur en Cádiz?
Huele a viento que no deja ni caminar. Puede levantarte como a Mary Poppins. El mercado huele a murmullo. La ciudad huele a arena suave en los pies descalzos. También huele a humedad que hace que te duelan los huesos y huele a sombra en las callejuelas. La ciudad huele a La Habana y sabe a vino de manzanilla. Huele a mujeres sentadas en sus ventanas en la Viña hablando. Huele a paro y a tristeza, huele a hola quilla que tal? Huele a mujeres que caminan orgullosas en las ferias. Huele como cuando escuchas la voz de Estrella Morente cantando Volver, La habanera cantada por Silvia Perez Cruz o como la voz de Camarón en un coche en la campiña gaditana un día de excursión.
Ella: ¿Dime a qué huele el sur en carnaval?
Huele como cuando te aprietan las multitudes en calles estrechas, huele a ganas de salir al escenario. Huele a manos grasientas de amigos mojando las manos en pescado frito, huele a orina en la calle y a letras feministas como “nuestro coño huele a coño, no a bacalao”. Huele a madalenas de mierda que llevan mujeres vestidas de monjas católicas. Huele a miedo cuando termina el carnaval y te vas a casa sola por la noche y a coraje cuando dices “no es no, no todo está permitido en el carnaval”. Huele a dulce cotilleo en los ensayos. Huele a lo que se siente cuando confías un secreto a un desconocido mientras tienes la grabadora activada. Huele a cómo se siente cuando escuchas a una desconocida que se ha convertido en tu amiga y que se llama Pilar contándote borracha: “Esta chirigota será tuya para siempre”.


Ella: ¿Dime a qué huele el feminismo en el sur?
Huele a brocha sumergida en un cubo de pintura morada. Huele como el calor que desprende el cuerpo de un ser querido cuando lo abrazas. Huele como cuando están hablando todas juntas y no se oye nada con claridad. Huele a lo que no se siente en casa y a una idea nueva que llevarás contigo a casa. Huele como cuando estás en una manifestación y hace mucho sol y te arde la cara. Huele como cuando se abre el alma al verlas bailar flamenco alrededor de una hoguera. Huele a lo que quieres ser y huele a lo que nunca volverás a ser.

D-Olores en lugar de epílogo
En El pecho de Afrodita, Nadia Seremetaki (1997, p. 2) llora la pérdida del melocotón de su infancia. Recuerda que su ausencia “revela hasta qué punto los sentidos están (inter)ligados a la historia, la memoria, el olvido, la narración y el silencio”. Me pregunto si el aire caliente que me golpea en la cara cada vez que me bajo de un avión me devolverá a Limassol ausente. Se trata quizás “de una memoria no discursiva que está vinculada al concepto de embodiment, término que tiene un punto de partida en el concepto de habitus de Bourdieu, en el sentido de algo pasado por la experiencia corporal y la interiorización personal que incluye el proceso emocional” (Del Valle, 1999). Si el cuerpo es un lugar mnemónico, si la memoria es habitual (Kravva, 2020), entonces los sentidos revelan una geografía del mismo Υo. En mi caso, el olor del calor andaluz me recordó un regreso pendiente a Limasol vía Cádiz. El etnógrafo Roger Sanjek (2019[1990]) se preguntaba si los recuerdos son notas de campo. Concluyó que él mismo era una nota de campo. Si la etnógrafa es una nota de campo, los sentidos y los recuerdos a los que recurre forman un contra-archivo. Una respuesta a uno de los peligros mencionados al mal de archivo de Derrida (1995), según la cual el investigador está poseído por la “fiebre del archivo”, que asocia a la hormesis de la muerte.
Pero al compilar este contra-archivo, ¿qué sentido debo priorizar? Sarah Pink (2011, p. 264), señala, citando a Geurts (2003) y Howes (1991), que la antropología de los sentidos comparten “la idea de los cinco sentidos correspondientes a cinco órganos humanos es una construcción occidental que no se aplica necesariamente a todas las culturas”. Según Ingold (2000) los oídos y los ojos no son teclados separados sino un todo que envuelve la acción de la percepción. Así, Paul Stoller (1989, p. 5) define la vista como “el sentido privilegiado de Occidente”, y se acuerda de Songhay, donde “uno puede saborear el parentesco, oler a las brujas y escuchar a los ancestros”. Me recuerdan a los cretenses cuando dicen “escucho el olor” y esto me remite al pincel de Cézanne y a la pregunta de ¿para quién y con quién pintar un olor? Al igual que los órganos y los sentidos trabajan juntos, las personas están conectadas. Así la etnógrafa se compromete con los sentidos y siente a sus interlocutores, cohabita su etnografía, creando nuevos cohabitantes y conversando con seres queridos como Afrodíta.
Mi forma de olfatear de otras maneras mi etnografía, es mi forma de reconectarme con Afrodita. Es una forma que “prioriza la experiencia subjetiva y social de la vivencia, encorporizada y sentida cargada de significado personal y cultural” (Bullen, 2017). Los diferentes olores que recogí durante mi estancia de dos años en Cádiz, más allá de un contra-archivo, constituyen un deseo de un discurso multimodal y polifónico alternativo a las narrativas dominantes y androcéntricas que insisten en una concepción positivista de la recogida de datos. Quizás se trate de una experimentación, ya que a través de los paisajes etnográficos de olor vuelvo al cuerpo carnavalesco. Un cuerpo apestoso que maldice, se duele, recuerda, goza, se disfraza y huele el campo mientras se pasea por un lugar a la vez familiar y extraño.
La etnógrafa, una etnógrafa, olfatea el campo, con-para y por las otras, y así reescribe su olor, escribiéndose a sí misma (Cixous, 1976) con el pincel de Cézanne.
Agradecimientos
Estoy inmensamente agradecida a la antropóloga social Margaret Bullen por leer y editar este texto con tanto cuidado. También por haber estado a mi lado durante todo el proceso de doctorado “hasta que veamos tierra”.
La notas
[1] El poema “Habaneras de Cádiz” (1984), escrito por Antonio Burgos y musicado por Carlos Cano, ha sido una canción popular de la ciudad de Cádiz con innumerables grabaciones e interpretaciones por todo tipo de solistas y agrupaciones. Una chirigota es tanto una canción popular española como la agrupación que la canta, interpretada durante el Carnaval de Cádiz y generalmente satírica. La referencia a las ciudades de Guantánamo y Rota revela otra similitud entre Cuba y Cádiz, ya que allí se encuentran bases militares estadounidenses. El fuerte vínculo entre La Habana y Cádiz se pone de manifiesto en todos los versos del poema.
[2] Esta investigación está cofinanciada por Grecia y la Unión Europea (Fondo Social Europeo-FSE) a través del Programa Operativo “Desarrollo de Recursos Humanos, Educación y Aprendizaje Permanente 2014-2020” en el contexto del proyecto “Strengthening Human Resources Research Potential via Doctorate Research – 2nd Cycle” (MIS 5000432). La autora de este texto es becaria del gobierno griego [State Scholarships Foundation (IKY].
[3] Todas las fotos son de autoría de la autora.
Bibliografía
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Biografía del autor
Katerina Sergidou es una antropóloga social chipriota con formación en Historia-Arqueología y comunicación y estudios culturales. Desde 2017 escribe una tesis doctoral codirigida por el Departamento de Antropología Social y Filosofía de los Valores/Universidad del País Vasco (UPV) [programa de doctorado en Estudios Feministas y de Género] y el Departamento de Medios y Cultura de la Universidad Panteion como miembro de la Fundación de Becas del Estado Griego (IKY). Su tesis doctoral trata sobre la participación de la mujer en el carnaval de Cádiz (Andalucía), desde una perspectiva feminista-antropológica. Ella ha realizado investigaciones en Grecia y el Estado español, que se han traducido en varios artículos de revistas, coedición de libros, presencia en congresos internacionales y escritura pública. Sus intereses de investigación incluyen las festividades de carnaval contemporáneas, las metodologías feministas en la investigación social, el arte y la política populares, el concepto de hegemonía feminista, el activismo feminista y la escritura feminista.
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